Agosto 07 del 2022.-Galina Chorna solloza al recordar un bombardeo ruso que destrozó el departamento que está justo por encima del suyo.
Esta mujer de 75 años es la única residente que queda en el edificio de nueve plantas ubicado en Saltivka, una zona residencial de Járkov, que desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania sufre constantes bombardeos.
Tengo tanto miedo porque estoy sola acá, estoy muy sola”, dice temblando la mujer, que perdió a su hija el año pasado por problemas de alcoholismo.
Cuenta que cuando cae un misil se tira al piso. “Quizás por eso sigo con vida”, afirma.
Saltivka era una ciudad construida en la década de 1960 para los trabajadores industriales y llegó a albergar a medio millón de personas.
Tras el inicio de la guerra, el 24 de febrero, ya en los primeros días misiles Iskander y cohetes comenzaron a golpear al azar estos edificios departamentales.
Pero a medida que la guerra se alarga, el barrio está cada vez más dañado y gran parte de las construcciones ahora están en ruinas.
En los primeros días de la primavera boreal, a Galina se le entumecieron las manos y sus dedos llegaron hasta tal punto de congelación, que se le ennegrecieron. Durante las seis primeras semanas de la guerra no tuvo electricidad. El gas volvió a fluir la semana pasada.
En cada calle hay edificios con las ventanas reventadas y con agujeros en la pared como testimonio del intenso asedio.
Los bloques que han sobrevivido a los bombardeos son más comunes al interior de los condominios, pero en realidad no hay ningún lugar que esté realmente a salvo, debido a la naturaleza aleatoria de los bombardeos.
Muchos de los ataques han sido efectuados con bombas de racimo que están prohibidas, según acusaciones de organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, que el Kremlin rechaza.
En algunas partes de este barrio la naturaleza gana terreno y algunos pastos llegan a la cintura. Dado que la mayoría de los niños se fue, los cerezos están intactos.
“70 BOMBAS AL DÍA”
Algunos de los vecinos de Galina se trasladaron a un refugio cavernoso y lúgubre debajo de la escuela.
Antonina Mikolaieva, de 71 años, dejó su hogar junto a su esposo y cerca de 40 personas más cuando estalló la guerra. Pero su marido murió de un infarto un mes después.
Su hijo, un soldado del extinto Ejército Soviético, murió hace décadas. La mujer no pudo enterrar a su marido junto a su hijo, ya que el cementerio quedó pulverizado por los bombardeos.
“Siempre me da miedo cuando escucho los estallidos, porque me preocupa que el edificio se caiga sobre nosotros”, cuenta.
Oleg Sinegubov, el gobernador de Járkov, dijo que Saltivka está “casi destruida”.
La tarea más apremiante es asegurar que la calefacción quede restaurada antes de que vuelva el invierno y que las temperaturas bajen a −7 Cº.
La tarea de proteger a los residentes recae en parte en Volodímir Manzhosov, un fontanero de 57 años, que forma parte de una brigada del ayuntamiento.
Vive solo en Saltivka, tras haber enviado a su mujer y sus dos hijos a un lugar relativamente seguro en el oeste de Ucrania, la ciudad de Leópolis.
“El tiempo más difícil fue en torno a marzo, porque había frío y caían cerca de 70 bombas en esta área”, dice.
“Si algo me ocurriera y me encontrara bajo los escombros, tengo una botella de agua y una linterna junto a la cama”, concluye.